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viernes

Mapas que cambian

Una cosa clara nos dejó el difunto siglo XX: los mapamundis políticos hay que actualizarlos tanto como el antivirus. En lo que llevamos de nueva centuria, han tomado el relevo los planisferios geográficos: desplazamientos de costas tras el tsunami, desviaciones del litoral antártico por el choque del iceberg gigante y nuevas mediciones del Everest, que parece que ya no mide los 8.848 metros de los libros de texto ochenteros.

Seamos sinceros: para el día a día, poco nos influye que los pingüinos se remojen las patitas aquí o unos metros más allá. Es posible que la variación de altura del techo del mundo tenga efecto en las transmisiones vía satélite, pero eso a los profanos se nos escapa. A estas alturas de la vida, ya es inviable saber si de verdad los detalles equivalen a efectos mariposa o si, como aparentan, son el entretenimiento de los amarrados al duro banco de las ocho horas.

Lo que no evoluciona con la misma rapidez son los mapas mentales. Un mapa mental es lo que permite a la persona organizar las ideas, generar estrategias creativas, analizar problemas y tomar las decisiones. En el ámbito académico se sigue forzando a los estudiantes a aprender como loros, en la empresa se obliga a los empleados a especializarse hasta el punto de la mecanización, en la vida personal es preferible callarse para no ser calificado de raro o sufrir el temido enmarronamiento, que no se sabe qué es peor.

Así que, por favor, no nos cambien los mapas si nos obligan a ir por los mismos caminos. Actualicen las enciclopedias en lo que sea menester y dennos un poquito de libertad de acción y de palabra. Si la Naturaleza cambia, que podamos innovar un poco nosotros.

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