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lunes

Monjes, detergente, marketing y turismo

La BBC ha concluido la emisión de “The Monastery”, un reality cuyo asunto era introducir a cinco individuos en el cenobio benedictino de Worth Abbey, tenerlos 40 bíblicos días y sacarlos a ver qué tal. El resultado ha sido como sumergir un quimono en Wipp Express: el productor de pelis porno se ha convertido, el estudiante de budismo ha decidido ordenarse sacerdote anglicano y al resto se les han abierto los ojos.

Solamente se me ocurren tres precedentes comparables:
1) Los viciosos empedernidos que lo han dejado tras leer “Dejar de fumar es fácil si sabes cómo”;
2) Los estafados tras acudir a una sesión de multipropiedad, y
3) los jubilados que han acabado con una vajilla completa tras apuntarse a un fantástico fin de semana en el que conoceremos Santiago de Compostela y la mitad de la ruta jacobea.

No se trata de que los monjes, que bastante tienen con el voto de silencio, les hayan comido el coco. No. Más bien lo que parece es que, habituados a una dinámica de la persuasión, hubiera dado igual meter a los cinco en un monasterio anglicano, budista o davidiano. En los tiempos del beatus ille, la vida transcurría sin marketing. Una vez al mes el buhonero te encasquetaba el elixir milagroso y después eras tú quien trataba de colocar el burro viejo. El resto del tiempo, nada.

Pero ahora tenemos una actitud permanente de vender y que nos vendan. Si alguien te interpela en la calle, asumes que te va a atizar algo. Si entras a concursar en un monasterio, entiendes que van a catequizarte. No creo que ninguno de los cinco fuera con un interés 100% antropológico ni el concurso tenía ese fin. Somos una sociedad profesionalizada en la persuasión y el engaño, activo y recibido, sin las inútiles elegancias de la oratoria griega y sin importar edad, profesión ni hábitat.

Así que se veía venir. Aunque no fuera el objetivo de ellos, el ejemplo de los monjes benedictinos es un mensaje radicalmente nuevo en una sociedad materialista y taxonómica en la que no queda hueco para lo inefable, la maravilla, el misterio. Frente al turismo de “conozca París en dos días” y la avalancha de los folletos de híper, una inmersión en la vida espiritual tiene que dejar marcado a cualquiera.

Lo que no está claro es que iniciativas similares acaben con la crisis de vocaciones. Como todo en la cultura del plástico, también estas conversiones tendrán fecha de caducidad. No hay que olvidar que, según los expertos en publicidad, el mensaje hay que repetirlo varias veces para que tenga efecto. Y es más sencillo engancharse a libros de autoayuda de cien páginas que empaparse de la Biblia.

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