No quería que esto se convirtiera en la bitácora del abuelo cebolleta, pero es preciso denunciar una discriminación a las personas jóvenes-pero-no-tanto, que en tiempos ostentábamos el callo del estudiante en el dedo índice y hoy vivimos del teclado.
Ayer tuve dos exámenes. A la mitad del primero, sentí una rigidez que me recorría todo el antebrazo derecho. Esto va a ser el frío, pensé para mí, y que una hora intentando hacer buena letra (eso es lo peor) pasa factura. Bueno. Acabé digna y profesionalmente. A la media hora empieza la otra prueba. Cuando voy a iniciar mi tema estrella, ras, tirón en la mano derecha. ¿Puede darle a alguien un tirón por escribir a mano? Yo, además del monte de Venus y las líneas de la vida, tenía una cordillera atravesándome la palma. ¿Se puede pedir prórroga al examinador en estos casos? Con la vergüenza de anunciar públicamente la situación, me practiqué un masaje rápido y discreto para que aquello no fuera a más y redoblé los esfuerzos caligráficos, con lo que emborroné una página en el prodigioso tiempo de tres cuartos de hora.
¿Cuántos de la misma quinta sufren en silencio la incapacidad manual motora? ¿Cuántos que en su mocedad se destrozaron el meñique izquierdo en el hueco de la A y la Z de la máquina de escribir hoy acarician teclados de ordenador? ¿Cómo redactaban esos mamotretos los novelistas decimonónicos sin cogerse luego una baja? Ay, pensar que los bifaces del Homo erectus nos parecían tan bastos y ni empuñar el Bic podemos ya... Tanto rollo con la mano humana y la importancia de que el pulgar se oponga al resto de dedos cuando resulta que lo único que usamos son las yemas...
La vida es sencilla y el dinero la complica.
viernes
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