La vida es sencilla y el dinero la complica.

viernes

ENEMIGO PÚBLICO: El siniestro dúo minutero-segundero

El reloj es un bicho traidor que ha pasado de aliado a gendarme. Las cosas ya no pasan cuando tienen que pasar, cuando la gente está preparada, sino cuando lo indica ese aparatejo milimétrico.

Los relojes nos rodean como las telepantallas de '1984': Se encuentran en las marquesinas, en el ordenador, en el móvil, en el microondas, en la cadena de música.

¿Cuántas veces decimos que nos hemos despertado porque había luz o porque tenemos la hora cogida? Sí, muchas; pero sólo cuando no había que ir a trabajar o a estudiar.

Nos obligan a desoír nuestros biorritmos y a levantarnos de noche; a entrar en la oficina cuando aún brillan las farolas; a salir tras la puesta de sol; a amontonarnos en el transporte público, en el restaurante, en las tiendas... Todo a deshora, todos a la vez.

Calentamos el café al segundo, fichamos en el minuto exacto, parimos el día que indica el médico, aprendemos a andar el mes que prevé el manual, nos jubilamos el año que establece el Gobierno.

Nos argumentan que sin relojes todo sería un caos, que la productividad caería en picado. Nosotros respondemos: no necesitamos producir tanto, no necesitamos aglomerarnos si vivimos en un mundo que no duerme.

Nos diferenciamos de las máquinas en que somos flexibles y creativos. ¿Qué mal hay en levantarse al amanecer, trabajar mientras haya luz, terminar las catedrales cuando humanamente se pueda...?

Un mundo que no está dominado por las necesidades humanas no es humano. Que desaparezcan de todos los relojes la aguja larga y el segundero.

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