La vida es sencilla y el dinero la complica.

martes

Esos pequeños placeres de la vida

Hablábamos de menú de calidad hace poco. Y poco más podemos añadir a estas imagénes... esto sí es calidad.

Primer plato:



Segundo plato:

viernes

Dime qué portada tiene y te diré si me gusta

Que el marketing ha tomado al abordaje desde hace varias décadas a la literatura era algo que ya, más o menos, sabíamos. Lo que no conocíamos era hasta qué punto.

Resulta que los chicos de The Sunday Times acaban de hacer un experimento cuanto menos ilustrativo de por dónde camina la industria literaria. Han tomado los primeros capítulos de sendas novelas de dos escritores de reconocido prestigio, V.S. Naipaul (premio Nobel de literatura) y Stanley Middleton (a quien no tenemos el gusto de conocer, pero nos fiamos del Times), los han enviado a más de 21 editoriales y agencias literarias... ¡y han sido rechazados por todas ellas! Sólo una agente literaria se interesó por la novela de... Middleton (por cierto, si has leído algo de este buen señor, recomiéndanoslo... o no).

Para quitarse el sombrero... la iniciativa, que no los resultados.

Que los editores no tengan una cultura literaria decente, vale, pero que tampoco la tengan los lectores que recomiendan y rechazan novelas... Algo está fallando.

O eso, o esos dos buenos señores han tenido una suerte tremenda para llegar hasta donde han llegado... que también puede ser.

En Periodistas 21 hemos visto una interesante reflexion al respecto. De hecho nos ha animado a recuperar este tema del baúl del fin de semana.

Copyright y animales

Nos hemos enterado de la creación de la Fundación por el Copyright Animal por parte del artista Gregory Colbert, que en nombre de los animalitos actores recaudará unos honorarios (el 1%) y los destinará a proyectos conservacionistas. Vaya por delante que el fin no puede ser más noble, pero volvemos al viejo dilema: ¿el fin justifica los medios?

Si los arquitectos de catedrales son anónimos, ¿tienen derecho a la propiedad intelectual los erizos, guepardos, perros y aguiluchos? ¿No es prioritario impedir la investigación con bichos y castigar los malos tratos que reciben?

Si es sensato que un gato pueda cobrar copyright por su imagen, ¿se puede patentar también el ADN de un ser humano?


Si publico una imagen de un ácaro hecha con microscopio electrónico para anunciar colchones, ¿irán los fondos conservacionistas a mejorar su hábitat?
Auguramos poco éxito a esta iniciativa.

A este paso, habrá que pedir permiso a la protectora para hacernos una foto con nuestras mascotas.


Este animal no sólo posó con tranquilidad, sino que además nos dio su consentimiento.

Menús del día

El menú del día es uno de los grandes inventos de la humanidad que no están patentados... todavía. En general, el menú del día se caracteriza por:

a) Ofrecer lo mismo que la carta del mismo establecimiento pero más rebajado, o sea, engañarte si no vas cuando ellos quieren.
b) Provocar indigestión por reutilización masiva de aceites.
c) Considerar que en un barrio de oficinas los que degustan el menú son obreros de la construcción que necesitan 4.000 calorías diarias y que van al restaurante de traje para despistar, lo que les permite servir raciones excesivas y cobrar 12 euros por cabeza.

Cierto es que el menú del día representa todo un progreso frente al plato combinado, ese subproducto de freidora que por el precio de una entrada de cine incluye croquetas congeladas, patatas fritas, cinta de lomo transparente y huevos con puntilla. Pero su calidad es muy variable. Entre los menús, es preciso distinguir entre dos polos: los fashion-étnicos y los caseros, que a su vez se subdividen en a) al estilo de la comida de mamá y b) aquellos que da vergüenza presentar en público. Un ejemplo de estos últimos sería:

Primer plato
Ensalada mixta (=de dos ingredientes)
Espárragos con mayonesa (de bote)
Macarrones con tomate (ídem)
Sopa de fideos (=agua al Avecrem)

Segundo plato
Merluza rebozada (quien dice merluza dice fletán o rosada)
Filete con patatas (recalentadas)
Croquetas caseras (de la casa Findus)
Lomo a la plancha (con un curioso sabor a grasa)

Postre
Flan de la casa (de la casa Dhul pero sin tarrina)
Fruta del tiempo (invariablemente, naranja, plátano o pera, y puntos suspensivos como indicando que tienen de todo)
Café (ya se ocupan ellos de tardar en prepararlo para obligar a pagar el menú completo pero sin catarlo)

Esto ocurre cinco días a la semana, con total impunidad y a la vista de todo el mundo, para desesperación de curritos y dietistas. Se impone, por tanto, un inspector de menús, una auditoría que valore la calidad, variedad, fineza de ejecución y valor nutricional del menú del día. Un ángel que vele por el bienestar del ciudadano. Una inspección de trabajo que defienda la salud de los trabajadores. Una garantía de que el trabajo del cocinero, un profesional, superará al nuestro en casita.

Defendamos el menú del día, pero el menú de calidad.

lunes

No sólo neumáticos



Y nosotros que creíamos que lo único de goma que andaba a la deriva en el mar eran los neumáticos viejos... (Foto: DRP)

Departamento de juguetes perdidos

Debemos haber sido los últimos en enterarnos, pero la verdad es que la historia merece la pena. Por una vez, la publicidad sirve para algo...

Hay un anuncio de televisión que para promocionar un coche (¿alquien recuerda cuál?... no ¿verdad?) recurre a la historia del naufragio de un cargamento de patitos de goma. Pues bien, resulta que la historia es verídica. Hace catorce años, en 1992, un buque perdió en el Pacífico 29.000 patitos, tortugas, castores y ranas para jugar en la bañera. El oceanógrafo Curtis Ebbesmeyer les ha estado siguiendo la pista por el Polo Norte y el Atlántico, y asegura que algunos terminarán llegando a España algún día. A través de un antiguo artículo en El Mundo/The Guardian nos enteramos también que gracias a Ebbesmeyer hoy se conocen mejor las corrientes oceánicas.

Lo que nos ha llamado la atención ha sido que, además de este cargamento, ha habido más juguetes 'perdidos' en el océano:


1990: 80.000 zapatillas deportivas Nike, cayeron en la mitad del Pacífico norte.

1994: 34.000 guantes para hockey en el hielo cayeron del Hyundai Seattle.

1994: 20.000 sandalias cayeron en el Pacífico cerca de las costas de Hawai.

1996: 100.000 chanclas de caucho cayeron en el pacífico Sur durante una tormenta.

1997: 5 millones de piezas de Lego cayeron al Atlántico del carguero Tokio Express.

1997: 500.000 latas de cerveza cayeron al Pacífico de un carguero chino.

2002: 33.000 zapatillas deportivas Nike cayeron cerca de las costas de California.


Menos las cervezas, el resto tiene que terminar apareciendo más tarde o más temprano. Lo mejor sería que las piezas de Lego llegaran ya montadas en construcciones imposibles a las costas de algún país. Si te encuentras alguno, comunícalo enseguida.

Por cierto, el artículo de David Adam no tiene desperdicio. Comienza así:

Como todas las buenas historias, ésta comienza en una furiosa noche de tormenta. En enero de 1992, un buque de carga que había zarpado de Hong Kong rumbo a América se averió en medio del Océano Pacífico, cerca de la línea internacional de cambio de fecha, donde se separan los hemisferios occidental y oriental. Por culpa de los violentos balanceos del barco, algunos de los contenedores se desprendieron de sus amarras y cayeron al agua. Uno de ellos se abrió vertiendo su cargamento: 29.000 juguetes de plástico para la bañera.

viernes

Grandes y misteriosas noticias: bichos nuevos, ciudades perdidas

Dos de las noticias más maravillosas de las últimas semanas han surgido entre el Índico y el Pacífico, entre el jaleo de islas indonesias. La primera, el hallazgo de docenas de animales y plantas en las montañas Foja de Papúa Nueva Guinea, escondidos del género humano en el denso bosque tropical. La segunda noticia la protagoniza la ciudad de Tambora en la isla de Sumbawa, que fue sepultada en 1815 por la mayor erupción volcánica de la Edad Contemporánea. 117.000 muertos yacen a tres metros de profundidad, en sus casas, con sus cosas.

Ambos hallazgos deberían haber constituido la noticia de la jornada en todas partes, en lugar de quedar relegados a las páginas interiores y a las secciones de revoltijo de los telediarios. Pero no: resulta que lo importante es el día a día –cuanto más sangriento o politiqueado mejor–, en vez de lo que realmente representa un avance en el progreso y el conocimiento de la humanidad. Da la impresión de que la historia se escribe con las páginas interiores, y las portadas simplemente sirven para que no veamos por dónde avanzan esos renglones. (Se intuía, se intuía).

Y no es lo único extraño ni curioso. Son dos historias raras porque demuestran que hay grandes maravillas ocultas al común de los mortales. ¿Cómo a nadie se le había ocurrido buscar Tambora, dos siglos después de la erupción? ¿Cuántos simpáticos animalillos hay por ahí ocultos, intentando esquivar la suerte de los dodos y demás infortunados, y dónde se sabe que pueden estar? Seguramente, los científicos hayan mantenido el oscurantismo hasta que ha habido riesgo de que se averigüe de otro modo o han surgido posibilidades comerciales interesantes. Desde luego, las ruinas tienen todas las papeletas para acabar convertidas en atracción turística y los animales serán revisados de arriba abajo para hallar todas sus aplicaciones médicas, genéticas y alimenticias.

Con todo, es reconfortante que no todo lo que quede por descubrir en este mundo sean monstruos abisales, bacterias y fragmentos de huesos. Porque mira que era poco atractivo el panorama...