El experimento llevado a cabo en Oxford sería muy útil para restauradores y, por supuesto, ¡qué filón verían ahí los marketineros! Podrían montarse guerras comerciales rociando las vallas publicitarias de la competencia con spray apestoso.
Consumidores y ayuntamientos deberían promover normativas para impedir la elaboración de ciertos alimentos o limitarlos a fiestas patronales.
La OMS reconocería la mala influencia de los olores en el bienestar psíquico y los vecinos de merenderos, comedores, verbenas y fábricas varias ganarían demandas judiciales. Así, no sólo el perfume haría ganar dinero, sino que también se sacaría partido al mal olor. Para ello se entrenarían perros y se contratarían para probar ante el juez la peste circundante.
Querido George (Orwell), estamos contigo.
La vida es sencilla y el dinero la complica.
jueves
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario