Hasta ahora lo dábamos por supuesto, pero cada vez hay una mayor base científica para demostrar que el tabaco y la obesidad están vinculados a un daño en los cromosomas a lo largo del tiempo.
La edición on line de la revista Nature se hace eco de un trabajo publicado recientemente en The Lancet. Además de bien escrito, es realmente ilustrativo del vínculo.
La vida es sencilla y el dinero la complica.
viernes
¡Salvemos las bananas!
Sí, sí, las bananas, no las ballenas. No están en peligro de extinción... todavía, pero tenemos que ponernos manos a la obra cuanto antes si no queremos ver cómo desaparecen del planeta tierra. 15.000 años –ni más ni menos— de cultivo de plátanos –de todas clases— están en la cuerda floja.
Al menos así lo deja claro un artículo que aparece publicado hoy en la edición on line de la revista estadounidense Popular Science. No en vano, el plátano es la fruta más popular entre los estadounidenses (lo que, por supuesto, explica muchas cosas; baste decir tan sólo que en EE UU sólo se comen bananas de una sola ‘familia’, la Cavendish... la globalización "se pela" y "se la pela").
El artículo, titulado ¿Podemos salvar a esta fruta?, plantea cómo la falta de diversidad en esta fruta constituye un riesgo de proporciones casi bíblicas: Si un hongo o una bacteria infecta a una sola plantación, se podría extender por todo el planeta... “dejando las estanterías del planeta vacías”, escribe el periodista.
(Nada más leer esto, he cogido el calendario para ver si los Santos Inocentes se celebran hoy en EE UU, pero veo que no, así que este artículo va en serio.)
Además, sigo leyendo y descubro, para mi sorpresa, que ya hubo una hecatombe amarilla en los años 60 en Norteamérica --también afectó a Canadá)--. (Así, empiezo a darle credibilidad.) Resulta que, por aquel entonces, un tipo de plátano, Gros Michel, era el rey, a quien en el mundillo de la banana se le conocía por ‘Big Mike’ (toma del frasco). Total, que un hongo, conocido como ‘enfermedad de Panamá’ (toma ironía) acabó con todas las cosechas y dejó a los americanos sin un plátano que llevarse a la boca. Las pérdidas económicas y las inversiones sin éxito –bancarrotas, experimentos sin éxito, daños al medioambiente— además que se acometieron para paliar esta crisis fueron formidables.
A finales de los sesenta, se encontró una solución importando la variedad Cavendish, que desde entonces ha suplido al difunto –RIP— 'Gran Mike’.
El artículo está contado con gracia y, para ser viernes, hasta resulta edificante (sobre todo al enterarme que hay un tío, que es un historiador del plátano, a punto de sacar un libro ‘Cultura Bananera’ –traduzco libremente—).
Al menos así lo deja claro un artículo que aparece publicado hoy en la edición on line de la revista estadounidense Popular Science. No en vano, el plátano es la fruta más popular entre los estadounidenses (lo que, por supuesto, explica muchas cosas; baste decir tan sólo que en EE UU sólo se comen bananas de una sola ‘familia’, la Cavendish... la globalización "se pela" y "se la pela").
El artículo, titulado ¿Podemos salvar a esta fruta?, plantea cómo la falta de diversidad en esta fruta constituye un riesgo de proporciones casi bíblicas: Si un hongo o una bacteria infecta a una sola plantación, se podría extender por todo el planeta... “dejando las estanterías del planeta vacías”, escribe el periodista.
(Nada más leer esto, he cogido el calendario para ver si los Santos Inocentes se celebran hoy en EE UU, pero veo que no, así que este artículo va en serio.)
Además, sigo leyendo y descubro, para mi sorpresa, que ya hubo una hecatombe amarilla en los años 60 en Norteamérica --también afectó a Canadá)--. (Así, empiezo a darle credibilidad.) Resulta que, por aquel entonces, un tipo de plátano, Gros Michel, era el rey, a quien en el mundillo de la banana se le conocía por ‘Big Mike’ (toma del frasco). Total, que un hongo, conocido como ‘enfermedad de Panamá’ (toma ironía) acabó con todas las cosechas y dejó a los americanos sin un plátano que llevarse a la boca. Las pérdidas económicas y las inversiones sin éxito –bancarrotas, experimentos sin éxito, daños al medioambiente— además que se acometieron para paliar esta crisis fueron formidables.
A finales de los sesenta, se encontró una solución importando la variedad Cavendish, que desde entonces ha suplido al difunto –RIP— 'Gran Mike’.
El artículo está contado con gracia y, para ser viernes, hasta resulta edificante (sobre todo al enterarme que hay un tío, que es un historiador del plátano, a punto de sacar un libro ‘Cultura Bananera’ –traduzco libremente—).
Niños en peligro de extinción
En la Gran Vía de Madrid había una tienda, antaño de bolsos, que tenía los peluches más maravillosos del mundo: desde dodos hasta tiburones, pasando por rayas, ardillas o flamencos. Hoy es un banco feo con aspecto de búnker y alma de metal. Como siempre, el capital puede más que las ilusiones.
El mes pasado aparecieron dos noticias en prensa muy significativas.
Noticia 1: los niños creen que tienen poco tiempo para jugar, según un estudio la Fundación Crecer Jugando. El informe sostiene que sólo juegan los fines de semana y sufren falta de tiempo y de compañeros, por no mencionar que la calle se ha convertido en un espacio vedado para ellos.
Noticia 2: los niños no tienen ni idea de en qué año se descubrió América, en qué continente está China y cómo se opera con cuartos de hora.
Todo esto nos lleva a un interrogante: ¿a qué demonios se dedican los niños de hoy? Si no juegan ni aprenden en el colegio, ¿qué es lo que hacen? Es más ¿existen los niños? A la vista de los casos de anorexia infantil, de la desaparición de Parchís y de las niñas que se maquillan para ir a clase antes de tener la primera regla, parece que la adolescencia, ese invento occidental, está ocupando el lugar de la infancia y que los niños correrán la misma suerte del lince ibérico.
Un ejemplo: la “literatura infantil y juvenil”. Parece como si diera vergüenza editar “literatura infantil” a secas. Fray Perico y su borrico tiene que compartir estantería con historias de chavales de familias desestructuradas que con imaginación y una dosis de amistad consiguen salir adelante al estilo telefilm de Antena 3. Nada de Walter Scott, Salgari, Verne y afines, que son demasiado absorbentes.
En fin. Esto parece cada vez más el pueblo de Indiana Jones y el templo maldito. El caso es que la niña que hoy pide una Lupita mañana se saca del bolsillo un pseudo rimmel hiperalergénico del todo a cien. Y miles de kilómetros más allá hay niños esclavos, pequeños que trabajan mil horas al día cosiendo balones y que antes ayudaban a sus padres en el campo o en las faenas domésticas. Quizá este sea el único caso en que los países en vías de desarrollo, por vías retorcidas y extrañas, han sido precursores de lo que iba a pasar en otras latitudes.
Misterios de la globalización.
El mes pasado aparecieron dos noticias en prensa muy significativas.
Noticia 1: los niños creen que tienen poco tiempo para jugar, según un estudio la Fundación Crecer Jugando. El informe sostiene que sólo juegan los fines de semana y sufren falta de tiempo y de compañeros, por no mencionar que la calle se ha convertido en un espacio vedado para ellos.
Noticia 2: los niños no tienen ni idea de en qué año se descubrió América, en qué continente está China y cómo se opera con cuartos de hora.
Todo esto nos lleva a un interrogante: ¿a qué demonios se dedican los niños de hoy? Si no juegan ni aprenden en el colegio, ¿qué es lo que hacen? Es más ¿existen los niños? A la vista de los casos de anorexia infantil, de la desaparición de Parchís y de las niñas que se maquillan para ir a clase antes de tener la primera regla, parece que la adolescencia, ese invento occidental, está ocupando el lugar de la infancia y que los niños correrán la misma suerte del lince ibérico.
Un ejemplo: la “literatura infantil y juvenil”. Parece como si diera vergüenza editar “literatura infantil” a secas. Fray Perico y su borrico tiene que compartir estantería con historias de chavales de familias desestructuradas que con imaginación y una dosis de amistad consiguen salir adelante al estilo telefilm de Antena 3. Nada de Walter Scott, Salgari, Verne y afines, que son demasiado absorbentes.
En fin. Esto parece cada vez más el pueblo de Indiana Jones y el templo maldito. El caso es que la niña que hoy pide una Lupita mañana se saca del bolsillo un pseudo rimmel hiperalergénico del todo a cien. Y miles de kilómetros más allá hay niños esclavos, pequeños que trabajan mil horas al día cosiendo balones y que antes ayudaban a sus padres en el campo o en las faenas domésticas. Quizá este sea el único caso en que los países en vías de desarrollo, por vías retorcidas y extrañas, han sido precursores de lo que iba a pasar en otras latitudes.
Misterios de la globalización.
jueves
Más sobre los olores
El experimento llevado a cabo en Oxford sería muy útil para restauradores y, por supuesto, ¡qué filón verían ahí los marketineros! Podrían montarse guerras comerciales rociando las vallas publicitarias de la competencia con spray apestoso.
Consumidores y ayuntamientos deberían promover normativas para impedir la elaboración de ciertos alimentos o limitarlos a fiestas patronales.
La OMS reconocería la mala influencia de los olores en el bienestar psíquico y los vecinos de merenderos, comedores, verbenas y fábricas varias ganarían demandas judiciales. Así, no sólo el perfume haría ganar dinero, sino que también se sacaría partido al mal olor. Para ello se entrenarían perros y se contratarían para probar ante el juez la peste circundante.
Querido George (Orwell), estamos contigo.
Consumidores y ayuntamientos deberían promover normativas para impedir la elaboración de ciertos alimentos o limitarlos a fiestas patronales.
La OMS reconocería la mala influencia de los olores en el bienestar psíquico y los vecinos de merenderos, comedores, verbenas y fábricas varias ganarían demandas judiciales. Así, no sólo el perfume haría ganar dinero, sino que también se sacaría partido al mal olor. Para ello se entrenarían perros y se contratarían para probar ante el juez la peste circundante.
Querido George (Orwell), estamos contigo.
De comidas y olores
En la Universidad de Oxford, sede del diccionario y las regatas, han hecho un experimento curioso: ver qué sensaciones evocan determinados aromas según el nombre que se les dé.
Me explico.
Se le da a oler a un sujeto una sustancia determinada y se le dice que es queso Cheddar, luego se le da a olfatear lo mismo pero afirmando que se trata de un olor corporal, y se comparan las áreas del cerebro que se activan en un caso y en otro. Como adivinarán, el individuo es influenciable e identifica como mucho más placentero el primero que el segundo.
Claro que si el experimento se hubiera realizado en suelo patrio con un Cabrales, que es lo suyo, seguramente las diferencias no serían tan espectaculares.
Hablando de olores, se podría hacer un ranking de cosas que se comen y que huelen mal (lo que no quita para que luego sepan estupendamente). Por ejemplo:
1. Las gallinejas y entresijos.
2. Las sardinas a la plancha.
3. Los quesos azules o verdes.
4. El cocido en proceso de elaboración.
5. El ajo y la cebolla.
6. Los encurtidos.
Así podríamos lograr titulares tan atractivos en los periódicos veraniegos como “Al 64% de los españoles le molesta el olor a fritanga”... un suponer. Se podría incluso ampliar el universo de la encuesta a toda la UE. Neurólogos y psicoanalistas aventurarían conjeturas sobre por qué a unos les repugna más un olor que otro y harían trascendentales valoraciones por países.
En fin, como las encuestas son caras, ¿algún lector se anima a enviar un post con su ranking de odios?
Me explico.
Se le da a oler a un sujeto una sustancia determinada y se le dice que es queso Cheddar, luego se le da a olfatear lo mismo pero afirmando que se trata de un olor corporal, y se comparan las áreas del cerebro que se activan en un caso y en otro. Como adivinarán, el individuo es influenciable e identifica como mucho más placentero el primero que el segundo.
Claro que si el experimento se hubiera realizado en suelo patrio con un Cabrales, que es lo suyo, seguramente las diferencias no serían tan espectaculares.
Hablando de olores, se podría hacer un ranking de cosas que se comen y que huelen mal (lo que no quita para que luego sepan estupendamente). Por ejemplo:
1. Las gallinejas y entresijos.
2. Las sardinas a la plancha.
3. Los quesos azules o verdes.
4. El cocido en proceso de elaboración.
5. El ajo y la cebolla.
6. Los encurtidos.
Así podríamos lograr titulares tan atractivos en los periódicos veraniegos como “Al 64% de los españoles le molesta el olor a fritanga”... un suponer. Se podría incluso ampliar el universo de la encuesta a toda la UE. Neurólogos y psicoanalistas aventurarían conjeturas sobre por qué a unos les repugna más un olor que otro y harían trascendentales valoraciones por países.
En fin, como las encuestas son caras, ¿algún lector se anima a enviar un post con su ranking de odios?
martes
Una buena noticia de agencia
(Escribo este breve texto sin consultarle a mi compañera de blog, pero creo que lo entenderá y compartirá mis reflexiones.)
A veces hay justicia en el mundo. Vaya que si la hay. Resulta que 35.000 visones consiguieron darse a la fuga de una granja en Santiago de Compostela en donde les esperaba una muerte segura. Ante el negro futuro que se avecinaba, se armaron de valor, y al más puro estilo de gallinas y pollos en Chicken Run, huyeron de su particular e injusto Alcatraz.
Vale, vale, no actuaron solos. Hay que reconocer que alguien les pasó una lima. Activistas del Frente de Liberación Animal les echaron un cable abriéndoles las jaulas a los animales. La mayoría sigue en paradero desconocido. Algunos murieron por el camino, pero con la satisfacción de no dar su piel a ningún abrigo.
La noticia la publicaba El Mundo el otro día. Era uno de esos grandes teletipos de agencia que de vez en cuando da gusto leer. Adjunto el link e incluyo el primer párrafo:
EUROPA PRESS
SANTIAGO DE COMPOSTELA.- Miles de visones se escaparon esta mañana de una granja ubicada en San Marcos-Lavacolla, en Santiago de Compostela, en la que criaban unos 35.000 ejemplares, que fueron liberados de sus jaulas. Algunos andan sueltos entre la zona de San Marcos y San Lázaro, mientras que otros fueron atropellados.
A veces hay justicia en el mundo. Vaya que si la hay. Resulta que 35.000 visones consiguieron darse a la fuga de una granja en Santiago de Compostela en donde les esperaba una muerte segura. Ante el negro futuro que se avecinaba, se armaron de valor, y al más puro estilo de gallinas y pollos en Chicken Run, huyeron de su particular e injusto Alcatraz.
Vale, vale, no actuaron solos. Hay que reconocer que alguien les pasó una lima. Activistas del Frente de Liberación Animal les echaron un cable abriéndoles las jaulas a los animales. La mayoría sigue en paradero desconocido. Algunos murieron por el camino, pero con la satisfacción de no dar su piel a ningún abrigo.
La noticia la publicaba El Mundo el otro día. Era uno de esos grandes teletipos de agencia que de vez en cuando da gusto leer. Adjunto el link e incluyo el primer párrafo:
EUROPA PRESS
SANTIAGO DE COMPOSTELA.- Miles de visones se escaparon esta mañana de una granja ubicada en San Marcos-Lavacolla, en Santiago de Compostela, en la que criaban unos 35.000 ejemplares, que fueron liberados de sus jaulas. Algunos andan sueltos entre la zona de San Marcos y San Lázaro, mientras que otros fueron atropellados.
viernes
Para que luego hablen mal de las artes contemplativas
Deberíamos aprender algunas cosas de los monjes budistas, y no sólo de su paciencia. No sería una mala idea poner todos los medios para tener, por lo menos, un tercio (por poner alguna cifra) de su capacidad de atención. Un reciente estudio, llevado a cabo por una universidad australiana apunta que la meditación de los monjes budistas permite, efectivamente, centrar la mente –-algo que todos, más o menos, barruntábamos, pero para lo que no teníamos pruebas empíricas... hasta ahora—.
Resulta que un grupo de investigadores de la Universidad de Queensland, en Santa Lucía, Australia, ha analizado, según nos cuenta en un artículo la revista Nature, ni más ni menos, que a 76, sí, sí, 76, monjes budistas tibetanos a los que han sacado de su meditación para ponerles a meditar, y ha cuantificado su grado de concentración. Los avezados monjes budistas, sometidos a tests visuales, fueron capaces de ir sorteando las trampas que se habían ido urdiendo especialmente para sus mentes, y consiguieron huir de la confusión.
El experimento: A cada monje le enseñaban, al mismo tiempo, según cuenta Nature, dos imágenes “conflictivas” (entendemos aquí conflictivas por confusas, antitéticas, o antagónicas) de tal forma que cada imagen quedaba a la altura de un ojo. En teoría, el cerebro de cualquier persona a la que le hagan eso manda la orden a sus ojos de concentrar, cada pocos segundos, la mirada –vamos, los dos ojitos— en una única imagen. Primero una, y luego, otra. Después de eso, cualquiera de nosotros se marea y es incapaz de decir qué es lo que ha visto (sobre todo habida cuenta de las imágenes que les pusieron a los monjes, que se pueden ver en el artículo de la revista). Es lo que pasa cuando vemos programas como Crónicas Marcianas, Salsa Rosa...
Ahora bien, si eres un monje budista sí que eres capaz de hacerlo. Es lo que se llama meditación-centrada-en-un-punto. El artículo no tiene desperdicio.
Resulta que un grupo de investigadores de la Universidad de Queensland, en Santa Lucía, Australia, ha analizado, según nos cuenta en un artículo la revista Nature, ni más ni menos, que a 76, sí, sí, 76, monjes budistas tibetanos a los que han sacado de su meditación para ponerles a meditar, y ha cuantificado su grado de concentración. Los avezados monjes budistas, sometidos a tests visuales, fueron capaces de ir sorteando las trampas que se habían ido urdiendo especialmente para sus mentes, y consiguieron huir de la confusión.
El experimento: A cada monje le enseñaban, al mismo tiempo, según cuenta Nature, dos imágenes “conflictivas” (entendemos aquí conflictivas por confusas, antitéticas, o antagónicas) de tal forma que cada imagen quedaba a la altura de un ojo. En teoría, el cerebro de cualquier persona a la que le hagan eso manda la orden a sus ojos de concentrar, cada pocos segundos, la mirada –vamos, los dos ojitos— en una única imagen. Primero una, y luego, otra. Después de eso, cualquiera de nosotros se marea y es incapaz de decir qué es lo que ha visto (sobre todo habida cuenta de las imágenes que les pusieron a los monjes, que se pueden ver en el artículo de la revista). Es lo que pasa cuando vemos programas como Crónicas Marcianas, Salsa Rosa...
Ahora bien, si eres un monje budista sí que eres capaz de hacerlo. Es lo que se llama meditación-centrada-en-un-punto. El artículo no tiene desperdicio.
A los que mandan
Señores que mandan: quiero que me informen. Ya sé que fumar mata y que en verano tengo que beber agua y ponerme a la sombra. No hace falta que me lo recuerden invirtiendo mis impuestos en campañas publicitarias. Lo que reclamo es que, cuando haya un acontecimiento que afecte y espante a toda la sociedad, digan la verdad desde el principio. No pido que me den datos confidenciales. Señores que mandan: nosotros, sus votantes somos mayores de edad.
No insulten nuestra inteligencia.
No insulten nuestra inteligencia.
lunes
Sobre Occidente y el Lejano Oeste
Era de temer y de agradecer a la vez: por fin tenemos un estudio sobre eso que diferencia al europeo del estadounidense y que a la vez confirma los datos que demuestran la existencia del europeo medio. Por supuesto, el objetivo no es conocer filosóficamente al europeo, sino al consumidor europeo, del mismo modo que se usan como sinónimos Unión Europea y Europa. (Acotación: las sinécdoques son necesarias para no pecar de cursis; es mejor referirse a lo material que a una idea abstracta).
A lo que íbamos: se trata de un estudio de Euro RSCG en el que ese matrimonio poligámico de conveniencia que es Europa muestra cómo son sus retoños.
Así, los europeos, antaño colonizadores, se resisten hogaño a ser colonizados y defienden su modelo social frente al de países donde ni siquiera despunta un partido socialista.
Por ejemplo, el 63% de los europeos defiende un salario mínimo para desempleados, frente a un 34% de los estadounidenses; el 64% aceptan la homosexualidad, frente al 51% de yanquis. En otros aspectos, como la defensa de la libre competencia y la importancia de la religión, las diferencias entre los europeos son mayores, pero, aun así, sorprende la unidad sobre la evidente desunión.
En conjunto, somos más gregarios, solidarios y ecológicos, aunque eso nos haga movernos a la velocidad del coral en algunos aspectos. Claro que el 53% de los europeos no está de acuerdo con la idea de que el progreso tecnológico trae más ventajas que desventajas.
Hay que señalar que sólo se ha encuestado a diez países; el resto son pequeños y, se supone, menos europeos. Pero podríamos decir que los europeos son más encorsetados, lo cual es normal después de tantos siglos amontonados y conviviendo con vecinos de costumbres distintas.
Es de entender que al americano le acabe aburriendo la rigidez, del mismo modo que al europeo le exaspera la previsibilidad de sus congéneres transatlánticos y su desconocimiento de cosas tan básicas como alimentarse correctamente o el significado de palabras derivadas del latín.
En fin, podríamos escribir un anexo a la Espasa sobre estas controversias.
Como aquí tenemos tejados viejos y no es cuestión de arrojarles piedras, admitiré que el europeo es egocéntrico, muy egocéntrico después de siglos de prima donna histórica y cartográfica, pero al mismo tiempo está tan acostumbrado a encontrarse idiomas distintos y hábitos raros en cuanto da tres pasos, que, sin una gran cultura, admite fácilmente la diversidad del mundo. Y, por otra parte, está tan habituado a ver edificios viejos y asombrosos que guarda un mínimo de respeto hacia sociedades más atrasadas.
Eso sí, que nadie le intente convencer de cambiar de vida, que ya está mayor.
A lo que íbamos: se trata de un estudio de Euro RSCG en el que ese matrimonio poligámico de conveniencia que es Europa muestra cómo son sus retoños.
Así, los europeos, antaño colonizadores, se resisten hogaño a ser colonizados y defienden su modelo social frente al de países donde ni siquiera despunta un partido socialista.
Por ejemplo, el 63% de los europeos defiende un salario mínimo para desempleados, frente a un 34% de los estadounidenses; el 64% aceptan la homosexualidad, frente al 51% de yanquis. En otros aspectos, como la defensa de la libre competencia y la importancia de la religión, las diferencias entre los europeos son mayores, pero, aun así, sorprende la unidad sobre la evidente desunión.
En conjunto, somos más gregarios, solidarios y ecológicos, aunque eso nos haga movernos a la velocidad del coral en algunos aspectos. Claro que el 53% de los europeos no está de acuerdo con la idea de que el progreso tecnológico trae más ventajas que desventajas.
Hay que señalar que sólo se ha encuestado a diez países; el resto son pequeños y, se supone, menos europeos. Pero podríamos decir que los europeos son más encorsetados, lo cual es normal después de tantos siglos amontonados y conviviendo con vecinos de costumbres distintas.
Es de entender que al americano le acabe aburriendo la rigidez, del mismo modo que al europeo le exaspera la previsibilidad de sus congéneres transatlánticos y su desconocimiento de cosas tan básicas como alimentarse correctamente o el significado de palabras derivadas del latín.
En fin, podríamos escribir un anexo a la Espasa sobre estas controversias.
Como aquí tenemos tejados viejos y no es cuestión de arrojarles piedras, admitiré que el europeo es egocéntrico, muy egocéntrico después de siglos de prima donna histórica y cartográfica, pero al mismo tiempo está tan acostumbrado a encontrarse idiomas distintos y hábitos raros en cuanto da tres pasos, que, sin una gran cultura, admite fácilmente la diversidad del mundo. Y, por otra parte, está tan habituado a ver edificios viejos y asombrosos que guarda un mínimo de respeto hacia sociedades más atrasadas.
Eso sí, que nadie le intente convencer de cambiar de vida, que ya está mayor.
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