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miércoles

El membrillo poché, la seriedad y la dignidad profesional

Hoy nos enteramos que uno de los ‘grandes’ de la cocina francesa, Alain Senderens, que ha conseguido mantener durante 28 años seguidos tres estrellas de la guía Michelín (ni más, ni menos) en su restaurante Lucas Cartón, ha dimitido, ha tirado la toalla, ha dicho: Adiós, muy buenas. Ahí os quedáis. HA RENUNCIADO A SUS TRES ESTRELLAS.

El cocinero ha dicho que su local estaba “condenado” a comidas de 400 euros, y ha señalado también, exultante: “Tengo ganas de hacer otra cocina y hacerla de otra manera”. Y eso no ha sido todo. El renegado ha apuntado, en ese mismo tono: “En estos locales se hace mucho teatro. Tienen poco que ver con la vida real. Es un sistema que me parece un poco pasado de moda”.

Y Senderens no ha sido el primero. En un artículo de El País, leímos también que antes de él también abandonó Joël Robuchon, por motivos similares, y abrieron otros restaurantes (sin dejar sus máquinas de hacer dinero) otros grandes genios de la cocina francesa como Paul Bocuse, Guy Savoy o Michel Rostang.

Y decimos nosotros. ¿No sería esto posible en España donde hay muchos cocineros que con tanta sofisticación están dejando de ver el bosque, los árboles, las hojas, las ramas y hasta las perdices a la cazadora?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mucho tendrían que aprender los cocineros españoles. Yo diría más bien que son las estrellas, los soles y otras puntuaciones las que no les dejan ver un plato bien hecho. La experimentación gastronómica está a la orden del día y las espumas, gelatinas y "explosiones" de sabores imposibles son la vanguardia de nuestra gastronomía.
Pero opino que son los otros cocineros, los que se esmeran en crear una cocina creativa y moderna sin caer en "lo absurdo" del paladar, los que llevan todo el peso de la "buena gastronomía".
Esto mismo debió pensar Senderens, que no podía soportar los gastos de un restaurante de tres estrellas: demasiada presión. Y tampoco es plan de llegar al extremo del chef Bernard Loiseau, que se suicidó antes ver cómo su restaurante perdía una de sus tres estrellas. Y, muy bien por Joël Robuchon, que tiene restaurantes por todo el mundo pero se ha negado a que sus restaurantes de París y Mónaco aparezcan en la guía "porque ellos no se encuentran dentro del criterio ostentoso del lujo de la guía de Michelin de hoy".
Ahí queda eso.
A lo mejor el ejemplo de Senderens se extiende y la cosa no se queda en algo anecdótico. Esperemos.